miércoles, 11 de mayo de 2016

En medio de esos pueblos Andaluces donde se esquiva a la muerte y la soledad se equivoca de sitio, te encuentras con noventa y un años de felicidad y todos los deberes por hacer.
La vida se acaba pronto o la muerte se alarga demasiado,
todo está en su sitio, incluso las suaves cicatrices que tantas palabras juntaron alrededor de la mesa y hoy vagan sin destino por el hormigón de las ciudades, por el silencio escrito de las lápidas.
Los cuadros antiguos rozando el beso de una felicidad profunda que ya no existe,
las enaguas cubriendo el vacío que deja el recuerdo
y el cisco cantando humildemente.
De pronto, te das cuenta, que estás ante ciento setenta y un años y tengo prisa para vengarme de mis errores.
Un limonero de ramas cansadas, frente a su casa, sigue saciando la sed de aquella Sierra Morena de bandoleros en el Valle medio del Guadalquivir;
tío y sobrino hablan de sus historias…
por un momento olvidan su vieja soledad para recuperar los años perdidos que están sujetos por alcayatas en las paredes de cal.
Quiero pensar, que por ese momento, fueron tan felices como yo, y mientras pongo rumbo a la ciudad que nos devora, voy pensando qué es la vida dejando atrás la fuente cubierta que da nombre a Fuencubierta, departamento de la Carlota, allí se casaron dos corazones y doy gracias a sus vidas, porque en aquél instante de hace no sé cuántos años, el destino puso la mano en mi propia felicidad.
Ahora, mientras escribo, noto la frialdad de tanta tecnología que nos acerca a personas que ni siquiera conocemos pintando sueños en un desbarajuste de teclas, procurando poner las tildes en su sitio y ordenando las palabras porque queremos ser provocadoramente cultos aunque con ello castiguemos a los sentimientos, a lo que se esconde debajo de la piel, al maravilloso mundo del tacto, al encuentro de dos cuerpos que se funden en un abrazo sellando sus labios cualquier motivo de marginación.
En medio de tanto ruido, cuando se juntan ciento setenta y un años de golpe, te das cuenta que la vida pasa tan deprisa, que si no dedicas todo tu tiempo en hacer felices y amar a quienes tienes a tu lado, un día llega la orgullosa muerte a decirte que tuviste tiempo y no supiste aprovecharlo.
 

José Manuel Acosta.

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