miércoles, 11 de mayo de 2016

Cuando leen uno de mis poemas él será más joven
a medida que me hago más viejo.

José Manuel Acosta.
En medio de esos pueblos Andaluces donde se esquiva a la muerte y la soledad se equivoca de sitio, te encuentras con noventa y un años de felicidad y todos los deberes por hacer.
La vida se acaba pronto o la muerte se alarga demasiado,
todo está en su sitio, incluso las suaves cicatrices que tantas palabras juntaron alrededor de la mesa y hoy vagan sin destino por el hormigón de las ciudades, por el silencio escrito de las lápidas.
Los cuadros antiguos rozando el beso de una felicidad profunda que ya no existe,
las enaguas cubriendo el vacío que deja el recuerdo
y el cisco cantando humildemente.
De pronto, te das cuenta, que estás ante ciento setenta y un años y tengo prisa para vengarme de mis errores.
Un limonero de ramas cansadas, frente a su casa, sigue saciando la sed de aquella Sierra Morena de bandoleros en el Valle medio del Guadalquivir;
tío y sobrino hablan de sus historias…
por un momento olvidan su vieja soledad para recuperar los años perdidos que están sujetos por alcayatas en las paredes de cal.
Quiero pensar, que por ese momento, fueron tan felices como yo, y mientras pongo rumbo a la ciudad que nos devora, voy pensando qué es la vida dejando atrás la fuente cubierta que da nombre a Fuencubierta, departamento de la Carlota, allí se casaron dos corazones y doy gracias a sus vidas, porque en aquél instante de hace no sé cuántos años, el destino puso la mano en mi propia felicidad.
Ahora, mientras escribo, noto la frialdad de tanta tecnología que nos acerca a personas que ni siquiera conocemos pintando sueños en un desbarajuste de teclas, procurando poner las tildes en su sitio y ordenando las palabras porque queremos ser provocadoramente cultos aunque con ello castiguemos a los sentimientos, a lo que se esconde debajo de la piel, al maravilloso mundo del tacto, al encuentro de dos cuerpos que se funden en un abrazo sellando sus labios cualquier motivo de marginación.
En medio de tanto ruido, cuando se juntan ciento setenta y un años de golpe, te das cuenta que la vida pasa tan deprisa, que si no dedicas todo tu tiempo en hacer felices y amar a quienes tienes a tu lado, un día llega la orgullosa muerte a decirte que tuviste tiempo y no supiste aprovecharlo.
 

José Manuel Acosta.
Cuando nuestros besos
se ponían de acuerdo,
justo cuando se amaban nuestros labios,
me quedé sin morfina para el dolor.
Escribí en el reverso de los poemas
con voz sensible,
pero es difícil saber
qué hay detrás de las ventanas
si las palabras no tienen destino.
Sólo los supiros
se adelantan al recuerdo y
nada nos hace envejecer más rápido que la soledad.


José Manuel Acosta.

HOJAS DE MÍ


Desvestir tu boca
y que la lengua sea
una marioneta invisible.
Sacar punta al lápiz
de tanto escribir te quiero.
Desdoblar los papeles
que cuentan nuestra vida
perdiendo el hambre
lo innecesario.
Preocuparme si un día
no tengo nada que decir.
Quitarle el pijama a la voz
de los días malos
para que sea breve
la tristeza.
Que las promesas
tengan alternativas
y haciendo
deje de ir a la consulta
del gerundio aparente.
Que el olvido se olvide
de olvidar y el amor
sea un estribillo pegadizo.
Una fracción de segundo
te lo quita todo,
hace tiempo que decidí
ser distinto dejando
que las penas
no sean puntos suspensivos.
Antes, después y durante.
El amor debería ser
una enfermedad contagiosa.
Sólo unos pocos
me llaman idiota.


José Manuel Acosta.

EN BLANCO


Quizás esté
en las blancas palabras
que no llevan prejuicios
si amordazan mi lengua
los que ponen en valor su rebeldía,
sin puños
sino con manos abiertas
hasta donde llegue la muerte
cuando envejezca mi pecho
en silencio
y me vista de tierra
sin que nadie sepa
qué es el recuerdo,
o me vean dando vida
a la soledad.
Quizás estoy lleno
de huesos inservibles,
pero no tengo dudas
que por donde viajo
no hay fechas de caducidad.


José Manuel Acosta.
el amor es un árbol de hoja perenne,
el aquí y ahora,
los después,
la viceversa del corazón.
Un te quiero en mitad
de la nada,
un paseo por las nubes.
Te lo digo yo
que acabo de venir de allí.


José Manuel Acosta.

ENTRE LÍNEAS


Me gusta lo simple de tu sonrisa
tus labios que son la patria de mi alma
y todo lo que dependa de terminar
en la voluntad de tus manos.
Me gusta fingir
que se me han desatado los latidos
porque tengo la lengua
en carne viva de llamarte,
que me cruzo contigo
en las debilidades
y la brújula marca
un poema por terminar.
Todavía tengo ese pellizco
de la media vida
que se ha ido
y la otra media
que nos espera.
Eres sinónimo de poesía.
Estoy empezando
a leer tu cuerpo
a robarte los besos
con versos.


José Manuel Acosta.

NO SÉ SI VOLVERÉ


Volveré cuando la distancia
aprenda a quedarse quieta,
cuando recen los creyentes
cambiándolo todo de lugar
y las lágrimas
dejen de unir palabras extrañas.
Volveré cuando resbalen los recuerdos
porque escribiendo juntos,
a ninguno de los dos
nos gusta la soledad.
Volver, no sé si volveré
cuando llegue la enfermedad
contagiosa de los labios,
cuando los otoños tengan luz
y los años perdidos
hagan garabatos los lunes.
No me caben más palabras
en lo artificial,
en los que vienen del entonces
a querer ser,
en la misma ciudad
con calles separadas.


José Manuel Acosta.

AMANECIENDO


He vuelto de lo que parecía,
del silencio de los ataúdes
que no son más tristes
que mi tintero
cuando llegan
las palabras en pijama.
Del amarillo tierra
de los pobres
que viven en el kilómetro
cero de las fronteras,
de los que visten la ausencia
de palabras de ayer
esperando que me encuentres hoy.
Es irónico,
que sea la soledad
quien se dé cuenta
de quiénes somos
cuando nos hemos ido para siempre.
Después de todo,
si el cielo sigue azul
y la sangre no deja de ser roja
¿por qué cambia de color el alma?
todas vivirán juntas.


José Manuel Acosta.